La pintura de Jerónimo Uribe Clarín tiene, entre sus muchos valores, tres consecuentemente determinativos: uno es la técnica, es decir lo que comúnmente en el argot se denomina el oficio, capaz de vencer las dificultados que plantea la figuración en todas las áreas, desde el paisaje al bodegón pasando por el retrato; otro es el acusado simbolismo de sus temas, en los que se mezclan, en un imaginativo caleidoscopio, argumentos muy diversos con un designio alegórico que tiene mucho que ver con la quimera y la seducción mágica y el tercero es el temperamento, la personalidad efusiva e impetuosa, patente entre otras características en el rasgo apasionado, en la textura, en el contraste del color y en la sensualidad voluptuosa, en muchos casos erótica, de sus trazos.
El propósito de sus obras, en las que asoma una fogosa surrealidad emocional, que invita al expresionismo y al romanticismo a ser huéspedes de la imaginativa estancia de su deseo, es delirante y expresivo, y por ello sorprende y turba. En sus pinturas emergen los motivos en un espacio fantástico, por medio de unas apuestas de composición y colorido que obligan al espectador a especular y a echar mano de sus remembranzas, de sus lecturas, de sus sensaciones y sus vivencias más utópicas.
De esta manera el cuadro se convierte, por obra y gracia el quehacer de este artista mexicano, en un territorio de seducción intuitiva e ingeniosa, que tanto permite valorar la apuesta artística en si misma como la posibilidad de soñar, creando una novela propia, con personajes fabulosos, liberando la alucinación interior de cada uno.
No es extraño que así sea porque Jerónimo Uribe pintor, escultor, músico, videasta…, quiere cuajar en sus lienzos la diversidad de esas heterogéneas maquinaciones, capaces de impulsar, con pasión, su menester creativo, inquietando siempre, sorprendiendo perennemente.
Antonio Gascó
Cronista de la ciudad de Castellón de la Plana