Se ha hablado mucho, y se seguirá hablando, de “aquello” que eleva un trabajo artístico a la categoría de obra de arte. Artistas, marchantes, crítica, público… todos han buscado con afán ese misterio que permite que cualquier representación plástica, pueda sobrevivir a todo tipo de cambios, crisis y re-direcciones.

      En ese nivel, y no en otro, debemos colocar la obra de Jerónimo Uribe.

      Obra sobreviviente y de peso. Obra intemporal, cargada de intención y estilo. Obra donde se unen lo ancestral y lo nuevo. A veces utilizando, como los grandes maestros, referencias de otros pintores; otras, creando de la nada todo un mundo de sensaciones y texturas nunca antes imaginados.

      La voluntad de desvanecer el tiempo-mentira, el velado interés por sobrepasar la animalidad de la bestia, la clara intención de mostrarnos la brevedad de lo puramente humano, convierten su trabajo en un trabajo ”mítico”, donde lo místico y lo simbólico establecen un nuevo mundo de sutiles y velados valores.

      Instantáneamente, al contemplar la expresividad y el colorismo de sus pinturas, se adueña de nosotros una extraña sensación de “ verdad desnuda”. Los cuerpos, ante nuestra indiscreta presencia, vuelven a vibrar, pugnan junto a los colores puros que no logran eclipsarlos. Y esa verdad, como caballo desbocado, penetra como un susurro finalmente en lo receptivo y callado del que observa.

      No me cabe ninguna duda. La verdad, esa “verdad desnuda” que Jerónimo nos plantea y trasmite, seguirá siendo la misteriosa llave del estilo. Finalmente, ese y no otro, debe de ser el preciado anhelo del verdadero artista.

 

Joan Pinardell

La pintura de Jerónimo Uribe Clarín tiene, entre sus muchos valores, tres consecuentemente determinativos: uno es la técnica, es decir lo que comúnmente en el argot se denomina el oficio, capaz de vencer las dificultados que plantea la figuración en todas las áreas, desde el paisaje al bodegón pasando por el retrato; otro es el acusado simbolismo de sus temas, en los que se mezclan, en un imaginativo caleidoscopio, argumentos muy diversos con un designio alegórico que tiene mucho que ver con la quimera y la seducción mágica y el tercero es el temperamento, la personalidad efusiva e impetuosa, patente entre otras características en el rasgo apasionado, en la textura, en el contraste del color y en la sensualidad voluptuosa, en muchos casos erótica, de sus trazos.

El propósito de sus obras, en las que asoma una fogosa surrealidad emocional, que invita al expresionismo y al romanticismo a ser huéspedes de la imaginativa estancia de su deseo, es delirante y expresivo, y por ello sorprende y turba. En sus pinturas emergen los motivos en un espacio fantástico, por medio de unas apuestas de composición y colorido que obligan al espectador a especular y a echar mano de sus remembranzas, de sus lecturas, de sus sensaciones y sus vivencias más utópicas.

De esta manera el cuadro se convierte, por obra y gracia el quehacer de este artista mexicano, en un territorio de seducción intuitiva e ingeniosa, que tanto permite valorar la apuesta artística en si misma como la posibilidad de soñar, creando una novela propia, con personajes fabulosos, liberando la alucinación interior de cada uno.

No es extraño que así sea porque Jerónimo Uribe pintor, escultor, músico, videasta…, quiere cuajar en sus lienzos la diversidad de esas heterogéneas maquinaciones, capaces de impulsar, con pasión, su menester creativo, inquietando siempre, sorprendiendo perennemente.

Antonio Gascó

Cronista de la ciudad de Castellón de la Plana